INICIOS DE LA INDUSTRIALIZACIÓN DE LA LÁMPARA

A principios del siglo XIX y terminadas las guerras napoleónicas, comenzó a manifestarse en toda Europa el fruto de aquel espíritu renovador y revolucionario que animó los últimos años del siglo XVI. La sociología, las ciencias, las bellas artes y la economía, tomaban conciencia del nuevo estado de cosas, al enfrentarse con unos horizontes inéditos, cuyo fin era imposible de precisar, incluso contando con la capacidad de asombro que fue, pudiéramos decir, el lema que presidió y en cierto modo condicionó el inefable «siglo de las luces», aquel que comenzó a pronunciar con énfasis y a escribir con mayúscula esa palabra en que intentaba definirse: la palabra progreso y que inició la industrialización de la lámpara.

El progreso era a su vez empujado por la industria, cuyo incremento, cada vez más pujante, creó una nueva burguesía: la de los grandes industriales, que logró tanta o mayor fuerza que la tradicional y de siempre compuesta por el terrateniente, el rentista o el comerciante de cierta categoría. Era la burguesía que, al convertirse en clase predominante, trajo consigo los problemas sociales, asociando el auge de los grandes centros productivos a las incomprensiones y competencias del elemento humano propios de las masas asalariadas a su servicio. Problema muy típico y representativo de los nuevos tiempos y las nuevas técnicas.

De todo ello, de este gigantismo en la producción que la industrialización creaba, se resintieron, y no poco, las artes suntuarias, relegadas a un olvido relativo y temporal, en parte debido a la euforia del reciente maquinismo, y en parte no despreciable, a la crisis que los gustos o las necesidades imperantes imponían. De este letargo no se reponen las manifestaciones artísticoindustriales de la época (las que en realidad venían a sustituir al artesanado tradicional) hasta el reinado de Napoleón III, llamado también segundo imperio, en el cual, se intenta resucitar antiguos esplendores y que logra, efectivamente, la creación de valiosos ejemplares de todos los objetos artísticos en uso.

Naturalmente, a este resucitado esplendor responde primordialmente la industrialización de la lámpara, que jamás pudo dejar de reflejar sobre si el paso del tiempo, las modas, la suntuosidad o decadencia de una época determinada. La lámpara, a través de la historia, ha sido siempre como un reflejo de los usos y costumbres sin contar las necesidades de quienes las utilizaban. Dijimos que la fiebre de la industrialización hizo mella en ella a partir de entonces, pero no por ello , ahogó en su áurea tradición de objeto suntuario el detalle artístico que desde siempre la caracterizó. Lo que entonces estaba ocurriendo, como fenómeno sin precedentes en su larga peregrinación a través de los siglos, es que la lámpara dejó de ser, por un lado, la cosa deslumbrante, fastuosa, insultante tal vez, en su lujo palaciego, mientras que por el lado opuesto sólo existía como mero objeto utilitario, sin apenas gracia ni ornamentación, iniciando la industrialización de la lámpara.

Es decir, que a la lámpara palaciega lujosísima, y a la lámpara menestral, sólo aparato de luz, se unía una tercera concepción, como en tantas otras cosas de la época, pues ya dijimos que la lámpara reflejaba en sí cada cambio de la vida humana a la que servía desde el comienzo de los tiempos. Venimos a decir, pues, que algo intermedio nacía también en los altos techos de las mansiones románticas: la lámpara menos lujosa que la palaciega y más rica y adornada que la relegada al mero uso de disipar las sombras entre las gentes modestas. Una lámpara burguesa, en el auge de la burguesía, era lo natural y lógico. Una lámpara que, según la burguesía iba adquiriendo fuerza y poderío, se enriquecía más y más, pues también iba en aumento el núcleo humano que, sin poseer títulos de nobleza, manejaba en cambio la economía y se creía con derecho, no solo a imitar en todo a la aristocracia, sino a emularla incluso, con más o menos buen gusto, y tal vez, extremando en demasía la nota fastuosa.

El camino a seguir estaba claro. A mayor consumo, mayor producción. Aquel delicado objeto creado en talleres de orfebrería, pierde ya, definitivamente, toda conexión con el lugar de sus orígenes. La lámpara se industrializa, con el fin de abastecer nuevos mercados, nuevas demandas hasta entonces insospechadas. De ella parecían hacer un símbolo de riqueza y bienestar quienes durante muchos años sólo la concebían adornando los privilegios de los nobles de cuna. Se crean por ello talleres para la exclusiva fabricación de estos solicitadísimos aparatos de luz, con sus mil formas y variedades, comenzando ya a perfilarse un estilo, una personalidad definida en cada una de estas nacientes empresas dedicadas a hacer un adorno del simple acto de alumbrar hogares más o menos fastuosos, palacios, edificios públicos, teatros, salones de toda índole.

Nace la especialización, y con ella, en sus diferentes gradaciones, se afianza la fabricación de lámparas en serie (industrialización de la lámpara), siempre más cuidadas y trabajadas las destinadas al gran mundo, como es lógico, pero sin descuidar por ello servir también en sus apetencias y necesidades a un público modesto y de menos pretensiones. En eso, como en todo, las casas adquirían el estilo de público que las requería, y su fisonomía industrial las hacia distinguirse unas de otras, según los estratos sociales a quienes servían.

En cuanto a las técnicas de trabajo de estos talleres, naturalmente variaban según fuese la importancia y categoría de los mismos. Una minoria selecta de fabricantes, dedicados a un público muy selecto también y, por tanto, exigente en cuanto a la calidad, siguió fiel al uso de la fundición a las ceras perdidas, que confería un acabado más perfecto a sus obras, mientras que otros, la inmensa mayoría de los que trabajaban el bronce destinado a lámparas, adoptó rápidamente, por varias causas, entre ellas la de su mayor economía, el procedimiento de las tierras, que permitía un trabajo masivo más acorde con la rapidez y técnica cuantitativas que la industrialización requería.

Lámpara alemana de influencia francesa

Fig. 105.- Lámpara alemana de influencia francesa. Nüremberg. Siglo XIX

Referente a la forma u ornamentación de la lámpara durante el siglo XIX, nos referimos siempre a la lámpara de bronce, observamos una gran pobreza de imaginación por parte de sus creadores y proyectistas, ya fueran estas lámparas de petróleo, de gas o electricidad, sin olvidar la clásica lámpara de bujías que prevaleció hasta el advenimiento de la electrificación en general.

Como época que carecía de un estilo propio, a diferencia de las precedentes, se adaptaban indistintamente para el diseño de lámparas todos los motivos y tendencias conocidos, aunque, especialmente durante el reinado de Napoleón III, hubo marcada predilección por el imperio, del cual se consiguieron tan buenas imitaciones siempre pasadas por el tamiz circunstancial que bien pudiera hablarse de un subestilo, algo más pesado y carente de gracia en las formas estructurales que su antecesor, pero ya con ciertas pretensiones de «hacer época» por su mediación.

De ello hablamos ya en párrafos anteriores y posiblemente haremos hincapié todavía en el tema antes de terminar el presente capítulo.

Ahora bien, pasado este momento de relativo esplendor y coincidiendo con el advenimiento del petróleo y el gas como nuevos sistemas de alumbrado, lámparas que pretendían cierta ortodoxia de estilo,  refiriéndonos siempre a los de épocas precedentes, aparecían distorsionadas en detalles tan significativos como la dirección de los brazos o cualquier otra clase de innovación que al proyectista se le ocurriera injertar a los clasicismos conocidos (118-119-120-121-122).

¿Necesidad de dar salida con ello al nuevo alumbrado, en forma más práctica y racional, de acuerdo con sus caracteris-ticas? De todo hubo. Para ello creemos conveniente dividir en época del petróleo, del gas y de la electricidad este confuso período, que lo fue precisamente por la necesidad de adaptar las nuevas formas de iluminación, y por una especie de euforia traducida a mezcla delirante de estilos, propia de quienes lograban, por medio de ellas, evadirse de la esclavitud que los antiguos sistemas imponían. Hablemos en primer lugar del petróleo y sus repercusiones en el tema que nos ocupa.

LÁMPARAS DE PETRÓLEO

La lámpara de petróleo fue la primera en la industrialización de la lámpara popular de su época, especialmente en su acepción similar en funciones al candelabro por su uso manual, fácil y transportable, llamada quinqué. (En ambientes más rústicos, como se ha visto en centenares de filmes sobre el Oeste americano, una sencilla lámpara, o más bien farol de keroseno, alumbraba, suspendida del techo, primitivas cabañas de madera y hasta lugares que deseaban imitar de algún modo cierto confort europeo que los emigrantes llamados pioneros dejaron atrás. Pero entonces se trataba ya de lámparas más complicadas, alguna de las cuales pudo ser importada de Europa, y de cuyo diseño será mejor hablar con detalle más adelante.) Era, pues, el quinqué, propiamente dicho, el protagonista luminoso de todo un período histórico, y su sola contemplación sugería intimidad, calor hogareño, a cuyo tenue resplandor la vida de las gentes parecía quedar, además de iluminada, protegida.

Y el quinqué era, ni más ni menos, que el resultado de una lenta evolución, que arrancaba de la antiquísima lámpara de aceite usada por los etruscos en tiempos remotos. Lámpara que, pese a las innovaciones que en materia de luz se producían, apenas se despegaba en su función original de la simplicidad de sus formas primitivas. Era un cuenco, no importa de qué contextura y tamaño, que, invariablemente, dejaba asomar la mecha por un extremo, hasta que en 1700, comienza ya a hablarse de un cambio o modificación, al disponer esta vasija de una mecha central que, curiosamente, se sirve el aceite ella misma. Y fue Jaime Argand, físico y químico genovés llegado a París en los primeros tiempos de la Revolución francesa, quien dio a conocer por entonces su invento, tenido por sensacional en la época.

Lámpara de alumbrado mixto de petróleo y bujías

Fig. 106.-Lámpara de alumbrado mixto de petróleo y bujías. Época Napoleon III. («Le XIX siècle fraçaise»)

Se trataba de una lámpara de aceite de doble aire, con un tubo de cristal sirviendo de chimenea. Era ya el quinqué en su primitiva acepción, cuando aún se desconocía el combustible que debía llevarlo a ser el aparato de luz más útil y manejable conocido hasta entonces. Y sucedió que el quinqué, o lámpara de Argand, según los entendidos de la época, adoptó su nombre de quien le adoptó a su vez, de la manera más desaprensiva posible.

Se trataba de un tal Quinquet, farmacéutico, entonces conocido por ciertas píldoras que fabricaba, quien con la mayor desvergüenza se apoderó de la idea haciéndola pasar por suya, sin que sirviera ya para la posteridad la reivindicación que la Academia de Ciencias hizo en favor del desposeído Argand. Lámpara de Argand es, efectivamente, el nombre científico del aparato, aún cuando para el público de su época, y aun para nosotros mismos, la palabra Quinquet, apellido del famoso farmacéutico, cuya actitud causó grandes polémicas y un regular escándalo, es el nombre que prevalece, inmortalizando su desfachatez de la más injusta manera.

El quinqué primitivo descubierto por Argand funcionaba, como ya hemos dicho, por medio de aceites o grasas, hasta que, en 1830, Reichbach y el Dr. Christian descubren el keroseno, en el cual se halló el combustible ideal para la lámpara; ello hizo proliferar los sistemas de quinqués, que, en un corto período de tiempo, adquirieron variedades a cual más interesante, tanto en lo práctico de su funcionamiento como en el aspecto externo, de gran belleza estética, pero siempre grácil y delicada, poco ostentosa, pese a la riqueza de materiales que para ello pudieran utilizarse.

El quinqué llamado linterna de Buda, en que el oxígeno pasaba a la lámpara de cárcel, de doble pistón, y que impulsaba el aceite de alquitrán, era una de estas notables variedades, sin olvidar tampoco, entre otros muchos, el quinqué de Hitchcock, provisto de un ventilador.

Como queda dicho, en su uso portátil el quinqué fue la verdadera lámpara de petróleo, sin perjuicio de ser aplicado también el reciente descubrimiento a la lámpara colgante, de la cual hablaremos después. El quinqué, asociado al petróleo, arraigó de tal manera en las costumbres y se hizo tan imprescindible en determinados ambientes que subsistió, sin decaer, en la predilección de sus adeptos, durante toda la época del gas y hasta incluso después de conocida y usada la electricidad. Eran quinqués graciosos, llenos de encanto y simplicidad, hasta en su acepción modesta que admitían infinidad de formas y materiales.

Quinqué de bronce y porcelana

Fig. 107.- Quinqué de bronce y porcelana. pantalla cristal opal blanco

Lámpara de petróleo

Fig. 108- Lámpara de petróleo. Metal pintado y decorado

Como elemento primordial y, naturalmente, inalterable, constaban todos ellos de una base o depósito, de un mechero graduable y un tubo de cristal, como de cristal era también la virina, indispensable al conjunto de piezas que lo componían.

Esto último, la virina, es un farol paravientos que varía de forma, aunque la normal y más conocida suele ser la esférica. El cristal en que se realizaba iba mateado al ácido, no siempre en su totalidad, y lucía decorados con adornos realizados en diversas intensidades del mismo, con lo cual se conseguía dar cierto volumen a los elementos representados (107).

Y llegado el momento de referirnos a la lámpara de petróleo colgante, hay que consignar las enormes dificultades que su realización representaba para el diseñador y, después, para los que debían construirla.

El proyectista no podía prescindir de un depósito, un tubo de cristal y una virina para cada brazo de luz, y virtualmente se presentaba el problema de colocar en lo alto, engarzados al cuerpo de la lámpara, una serie de quinqués aéreos, pues no otra cosa eran los componentes del nuevo modo de concebir el alumbrado. Tal sistema venía a desequilibrar la armonía clásica de toda lámpara conocida hasta entonces, pues al ir dotada de los brazos normales, tenía que resultar por fuerza pesada y recargada en su conjunto. Una de las soluciones fue prescindir de un buen número de estos brazos portadores de luz, lo que aligeraba su contextura, y dejar en su lugar otros brazos intermedios dispuestos para bujías. Era, pues, una lámpara mixta y relativamente pequeña, dadas las dificultades reseñadas.

Proporcionar y equilibrar estos elementos era un continuo quebradero de cabeza, y un problema a resolver en cada ocasión particular. De ahí el poco número de luces, como solución más inmediata en el terreno práctico y también en lo estético. Cuando se requería, por las causas que fuera, una lámpara de mayor tamaño, se recurría de nuevo a la de bujías, con las ventajas que ello suponía de una mayor fidelidad a los estilos que la lámpara de petróleo, por causa de su interno funcionamiento, desvirtuaba en tantas ocasiones.

Lámpara de alumbrado mixto de petróleo y bujías

Fig. 109.- Lámpara de alumbrado mixto de petróleo y bujías. Por los años 1880. («Le XIX siècle française»)

El grabado (106) nos muestra de qué medios se valió el proyectista para resolver uno de los delicados problemas que la lámpara de petróleo, tipo colgante, presentaba. Se pretendía, sin duda, crear una lámpara de ocho luces, pero, como se ve, ocho brazos o bien ocho quinqués aupados en alto eran mucho brazo y mucha pesadez de conjunto. La solución fue, pues, como ya reseñamos antes, lo más acertado que en tales circunstancias podía concebirse. Quedaron solo cuatro brazos para petróleo, y el resto, más ligeros y ágiles, para bujías. Finalmente, se redujo también la masa compacta del bronce, combinándolo con cerámica, lo cual dio por resultado un modelo ciertamente ingenioso, bien concebido y no menos artísticamente realizado.

Otra lámpara (la del grabado 109) muestra uno más de los aciertos conseguidos en el tema. Realmente queda muy equilibrada, con la parte voluminosa perfectamente dispuesta y graciosamente compensada con unos brazos que salen del centro del depósito de petróleo, servidos con bujías. Bujías que, por entonces, desde 1810, se fabricaban en parafina. Naturalmente, por sus comprensibles dificultades, la lámpara de petróleo no fue empleada en grandes obras. Inconvenientes estéticos y de toda índole lo impedían.

Ya hemos dicho que el Romanticismo influyó y creó un estilo inspirado en el gótico, llamado por ello neogótico, que dejó lámparas de este estilo, ninguna de las cuales, por cierto, pudo adaptarse a la innovación del petróleo. Eran lámparas de bujías y no pudieron dejar de serlo por su especial diseño y construcción. El verdadero triunfo de la lámpara de petróleo es, pues, sin lugar a dudas, el quinqué, fácil de manejar, gracioso, cómodo. De él se hicieron ejemplares bellísimos, combinados con porcelanas y otras nobles materias. No olvidemos que también el petróleo fue empleado para apliques de pared. Solían ser de una o dos luces. Una placa, corrientemente muy sencilla, sostenía el o los quinqués. Y muchas veces sus virinas eran sustituidas por pantallas metálicas (110).

Aplique de bronce y porcelana

Fig. 110.- Aplique de bronce y porcelana. Época Napoleón III. («Le XIX siècle française»)

Lámpara para gas, de bronce, cristal y porcelana

Fig. 111.- Lámpara para gas, de bronce, cristal y porcelana. Modelo de gran aceptación en su época, última década del siglo XIX. (Foto gentilmente cedida por la casa Martínez y Orts, procedente de sus archivos)

LÁMPARA DE GAS

Felipe Lebón, químico y físico francés, que vivió en los años 1767 a 1804, encontró el procedimiento de fabricar gas con la madera. Antes que él, Joachim Becher ya había conseguido fabricar, por primera vez, fuego de gas hidrógeno con carbón. Uno y otro lograron en su momento éxitos muy señalados, y el alumbrado por ellos descubierto se aplicó inmediatamente, dada su importancia, a los servicios públicos. Más tarde, Vivien y Mechero Auer, en Francia, perfeccionaron el sistema con la creación de las llamadas «camisetas», por cuya mediación se conseguía una blancura y potencia de luz desconocida hasta entonces. Y, como era lógico, esta nueva claridad que venía a iluminar mejor y más claramente que ninguna otra las noches de la época, llenó de tal entusiasmo a las gentes, que muchos afirmaron encontrarse en posesión de un elemento casi mágico, «capaz de sustituir a la luz solar». Esto en cuanto a vox pópuli, a las gentes que sólo captaban las ventajas de tan espléndida iluminación.

Para los fabricantes, y especialmente para quienes habían de instalar las nuevas lámparas, el caso fue mucho más complicado, quedando las complejidades que el petróleo creaba en juego de niños al compararlas con los problemas relacionados con el gas. Ya, su propia conducción era algo verdaderamente temerario en los primeros tiempos y de suma atención por parte de sus instaladores, puesto que la más mínima fuga que hubiera podido producirse, tratándose de un gas letal, hubiera hecho fracasar estrepitosamente tanta euforia. Había que extremar las precauciones. Se imponían además, claro, los cambios técnicos en los aparatos de luz, y la creación del tubo conductor como elemento insustituible.

Lámpara para gas, estilo modernista

Fig. 112.- Lámpara para gas, estilo modernista. Última década del siglo XIX. (Foto gentilmente cedida por la casa Martínez y Orts, procedente de sus archivos)

Nuevamente lanzados al diseño de una lámpara, que, sin dejar de ofrecer las grandes ventajas del gas, siguiera constituyendo el objeto artístico a que tenía acostumbradas las miradas en salones y hogares, sus proyectistas tuvieron en este aspecto más suerte que sus antecesores tuvieron al diseñar las lámparas de petróleo. Es decir, que los problemas fueron más simples y fáciles de resolver artísticamente, aunque no eran despreciables tampoco las dificultades provocadas por los cambios estructurales. El tubo de latón aparece como elemento funcional de primer orden. El obrero constructor de lámparas ha de aprender a doblarlo y dominarlo, aprovechando al máximo y sin el más mínimo fallo su estructura, por donde circula el gas que será luz. Extremar el rigor en las soldaduras, que habían de ser siempre perfectas, al igual que el ajuste en las espitas de las llaves reguladoras, era algo absolutamente imprescindible, dado, como decimos, la gravedad que un descuido de esta índole podía acarrear. Nacía, pues, el gas con todos los honores, y así imponiendo la industrialización de la lámpara.

Sus dificultades poco importaban, disponiendo de un personal especializado capaz de manejar aquel milagro de luz que se recibía como si efectivamente fuese llegado del cielo. En el orden artístico se crearon también auténticas maravillas distribuidoras de su blanco resplandor, la más importante de las cuales, la gran lámpara de gas creada por Garnier para el teatro de la Opera en París, describiremos más adelante.

En el inciso insistiremos, para resaltar más este acontecimiento, en algo que ya mencionamos referente a la decadencia de las artes suntuarias a principios del siglo XIX, apenas desaparecido el primer Imperio francés. Como ya se dijo también anteriormente, Napoleón III logró imponer el estilo que conocemos como segundo Imperio, y que no es sino una prolongación del primero, aunque carente de la finura que caracteriza al de la época del primer Napoleón. Se supone que la emperatriz Eugenia deseaba dejar constancia de su reinado, como venía ocurriendo a todos los grandes monarcas, por medio de un estilo que pudiera definir su época, por lo que se cree notar su influencia en algo de vagoroso y femenino en las artes suntuarias coetáneas, no exentas, paradójicamente, de una reciedumbre un poco amazacotada, como en una mezcla de tendencias típicas de aquella época tan contradictoria en muchos aspectos.

La culminación, la obra maestra de segundo Imperio francés, la tenemos en la extraordinaria lámpara de gas que prometimos describir en anteriores párrafos y que ahora detallaremos, siquiera someramente, pues se necesitarían muchas páginas para describir en su totalidad aquella maravilla. Garnier, arquitecto francés (1825-98), autor, como ya dijimos, del teatro de la Opera de París, quiso convertirla en un prodigioso derroche de luminotecnia y logró hacer de ella algo único en el mundo, algo que es todavía, en la actualidad, la más importante y complicada lámpara realizada hasta nuestros días. Su creador tenía ideas precisas y grandiosas sobre la iluminación del que después se llamó «palacio de la luz».

Él concebía la iluminación de la Opera como una combinación de fuego, llamas y luz, algo que presentara un aspecto realmente extraño y sobrenatural, espectacular hasta un extremo inconcebible. A ello se prestaba la estructura del teatro de la Opera, que ningún otro monumento civil de la época tenía. Sus planos, sus alturas, todos los detalles de su interior decoración respondían, como hechos adrede, a la iluminación que se proyectaba. Pero, para lograrla tan original y tan completa como llegó a ser, para asombro incluso de la técnica actual, hacía falta un formidable equipo que instalase el tubo especial, las conducciones de gran diámetro para las imprescindibles líneas del alumbrado, etc., todo lo cual debió de requerir su tiempo , ya lo decimos, una total compenetración de Garnier con el equipo que trabajaba a sus órdenes.

En el inciso insistiremos, para resaltar más este acontecimiento, en algo que ya mencionamos referente a la decadencia de las artes suntuarias a principios del siglo XIX, apenas desaparecido el primer Imperio francés. Como ya se dijo también anteriormente, Napoleón III logró imponer el estilo que conocemos como segundo Imperio, y que no es sino una prolongación del primero, aunque carente de la finura que caracteriza al de la época del primer Napoleón. Se supone que la emperatriz Eugenia deseaba dejar constancia de su reinado, como venía ocurriendo a todos los grandes monarcas, por medio de un estilo que pudiera definir su época, por lo que se cree notar su influencia en algo de vagoroso y femenino en las artes suntuarias coetáneas, no exentas, paradójicamente, de una reciedumbre un poco amazacotada, como en una mezcla de tendencias típicas de aquella época tan contradictoria en muchos aspectos.

Gran lámpara central de la sala principal del Teatro de la Opera de Paris

Fig. 113.- Gran lámpara central de la sala principal del Teatro de la Opera de Paris. Diseñada por el arquitecto Garnier, fue realizada en los talleres de M. M. Lacarrière et Delatour

Este comentario da noticia únicamente de una de las muchas y hermosas lámparas de todo tipo que alumbraron este «palacio de la luz» y lo hacemos porque, sin restar importancia a las otras, esta inmensa, esta colosal lámpara central es algo verdaderamente imponente por su tamaño y belleza. Es una lámpara impresionante, que lo es todavía más, cuando se descubren los sorprendentes problemas técnicos sobre los cuales descansa. Debió de ser una lucha, todo un reto para sus constructores, a parte de todo lo demás, el proveerla de las necesarias conducciones capaces de alimentar el incalculable número de luces que posee tal lámpara. Se trata, indudablemente, de una obra ingeniosa donde las haya; ingeniosa, y hasta podríamos decir genial en la resolución de aquel vivero de dificultades que ofrecía. Sabemos que Garnier estudió su diseño con gran atención y paciencia. Que fueron infinitos los croquis desechados. y que, finalmente, volvió a su primitivo proyecto, que era el más idóneo y el que mejor respondía a sus aspiraciones. Intervinieron en la cons-rucción Corboz que parece fue el encargado de hacer todo el modelaje, debiéndose el fundido y realizado a M. M. Lacarrière et Delatour (113).

Lámpara de gas, estilo modernista

Fif. 114.- Lámpara de gas, estilo modernista. Colección particular. («1900 en Barcelona»)

Las lámparas que hoy llamamos comerciales, no seguían en esta época los mandatos de la moda real de una manera ortodoxa. Los diseñadores comenzaron a preocuparse por halagar a la clase media, creciente y numerosa, que pedía aparatos en consonancia con sus hogares y con su modo de vivir, no precisamente palaciego ni deslumbrante. Se imponía, pues, cierta sencillez no exenta de buen gusto, y fueron muchos y muy variados los modelos que intentaron acertar con estos gustos y necesidades. La luz, que primitivamente era producida por una llama defendida del viento mediante una virina, vio adoptar a esta virina la forma de una flor. Y más tarde, cuando Vivien y Mechero Auer crearon «la camiseta», ésta cubría la llama, mientras que su tubo de cristal, igual a los usados para el petróleo, hacía de total protector (111-112-114).

Con todo, y pese al entusiasmo que produjo su aparición, la lámpara de gas no logró un predominio absoluto, puesto que sólo podía funcionar donde era posible la industrialización de la lámpara, en las ciudades que poseían fábricas o centros abastecedores de este elemento, no muchas en realidad, por no considerarse rentable su instalación en poblaciones de poca densidad humana, con lo cual se prolongaba la vida al alumbrado de petróleo, sobre todo en pequeños núcleos de población y lugares alejados de las grandes ciudades.

LA LÁMPARA ELÉCTRICA

El siglo de las luces, o el progreso, por nombrarlo con frases de la época, no detenía su andadura, lanzado ya a conseguir en materia de iluminación la mayor perfección y comodidad. Y así, con la Exposición de París del año 1881, llegó, triunfalmente, la electricidad. Por entonces, hacía ya dos años que Edison había descubierto la lámpara incandescente, descubrimiento que, al igual que el gas, comenzó alumbrando los lugares públicos.

Con la electricidad llegó la liberación de tanto problema como acuciaba a proyectistas y constructores durante los períodos iluminados por el petróleo y el Bas. Con alegría pudieron comprobar que, por primera vez, desde que la luz artificial existía, ésta podía proyectarse en la dirección que se deseara para cada caso, lo que ocasionó una euforia delirante de formas y hasta de modificaciones sobre las estructuras clásicas de todos los estilos de lámpara cono-cidos. Aprovechando tan indudables ventajas, las luces pudieron proyectarse hacia abajo y, en general, tomar la dirección que conviniese a los diferentes propósitos. Fue el período de la libertad desencadenada, sin llegar por ello a la anarquía. Una lámpara podía, sin dejar de ser fiel a su estilo, proyectar las luces a la inversa, lo que creaba una curiosa innovación muy del momento
(15-116-119-121-123).

Prototipo de las primeras lámparas eléctricas

Fig. 115.- Prototipo de las primeras lámparas eléctricas

Lámpara de elegantes líneas modernistas con ornamentación clásica

Fig. 116.- Lámpara de elegantes líneas modernistas con ornamentación clásica. Primer período de la electricidad

Llega el instante en que un tipo de lámpara se especializa, se impone en primer plano. Es el momento en que adquiere una importancia humana y familiar la lámpara de comedor, patriarcal, y es cuando la luz se hace más amiga, casi como un miembro más de la familia, cercana, acogedora, iluminadora como ninguna otra de la agrupada intimidad. Luz que reúne, que imita un pequeño sol, alrededor del cual las inquietudes se remansan, se hace posible la comunicación más íntima. Fue un modelo de lámpara muy aceptado, más bien diríamos imprescindible, en todo hogar que se preciase de serlo allá por las postrimerías del xix y comienzos de siglo.

Lámpara alemana, chapa latón mecanizada

Fig. 117.- Lámpara alemana, chapa latón mecanizada

Sobremesa para electricidad

Fig. 118.- Sobremesa para electricidad. Estilo modernista

Su característica más señalada es la gran pantalla de su parte inferior, que concentra la mayor parte de su luz sobre la mesa de las comidas, las sobremesas, los estudios, las lecturas y los juegos familiares, ornamentada, realizada en cristal o tejido de seda, que iba algunas veces guarnecida de metal. Si la lámpara era de cristal, solía ir rematada por unos flecos que indistintamente podían ser de prismas, cuentas o canutillo de vidrio (124).
El plafón era también creación exclusiva de la electricidad, y se usaba para habitaciones de techo bajo, por cuyo motivo, en muy diversas formas, se emplea con profusión en la actualidad, compitiendo frecuentemente con el alumbrado indirecto y las muy utilizadas lámparas de pie o sobremesas.

Lámpara eléctrica

Fig. 119.- Lámpara eléctrica. Estilo Luis XV. Primero años del siglo XX

Farol estilo Luis XVI

Fig. 120.- Farol estilo Luis XVI. Primero del corriente siglo

En los últimos años del siglo, hasta la primera década del presente, se desarrolla un estilo de gran originalidad. Es un estilo fiel a su momento, La Belle Epoque. Se le llamó de distintos modos. En España Modernismo; Art Nouveau en Francia, y Liberty en Italia. Por definición, el modernismo es un modo de expresión plástica basado en un naturalismo muy al estilo de los países del Extremo Oriente. Muestra una total sustitución de la línea recta por la curva, un marcado desprecio por la concepción humana del arte académico Vigente y, sin lugar a dudas, un refinamiento que parece corregir de sus errores incluso a la propia naturaleza.

Lámpara eléctrica estilo Luis XIV

Fig. 121.- Lámpara eléctrica estilo Luis XIV. Primeros años del siglo XX

Lámpara estilo Luis XVI

Fig. 122.- Lámpara estilo Luis XVI. Principios del corriente siglo

Fue un estilo de protesta, basado en el cansancio de los largos períodos de estatismo que atravesaban las artes suntuarias; un estilo delirante, al que se lanzaban los proyectistas como evadiéndose, liberándose y, por ello, experimentando las más atrevidas experiencias, con la alegría de la libertad y de la fuga hacia algo que quisieron hacer verdaderamente un arte libre y nuevo, que no quería morir de estatismo y consunción a las puertas del siglo que llegaba, y del que se obtuvieron logros en verdad importantes, que no es del caso reseñar aquí, sino en lo referente a la lámpara.
La época parecía estallar en pequeños globos de luz por todas partes, frutos maduros y luminosos de la euforia general que despedía a un siglo moribundo, con la esperanza de enterrar en él sus lacras.

Aplique estilo Luis XIV

Fig. 123.- Aplique estilo Luis XIV. Primeros del presente siglo

Típica lámpara de comedor de principios de nuestro siglo

Fig. 124.- Típica lámpara de comedor de principios de nuestro siglo

El modernismo, por eso, ya fuese aplicado a la luz, a la decoración o a las más elevadas expresiones artis-ticas. quería romper con todo lo anterior, y bien valió la pena su esfuerzo. Nuevos tiempos, nuevas formas. El siglo XX no podía llegar sino así, trasformándolo todo. Y así continuó, dejando atrás muy pronto el modernismo.

El art nouveau, que empezó a declinar en los primeros años de nuestro siglo, deja marcadas, en las artes decorativas, dos tendencias que perduran todavía en nuestros tiempos. Persiste, por una parte, el respeto a lo clásico, a los patrones básicos de las artes antiguas, muchas veces adaptándolos, casi podríamos decir sin querer, a los gustos de la época; y por otro lado, se impone la inquietud, la búsqueda incesante de lo nuevo y su manera de crear formas acordes con los medios de producción que comienzan a prevalecer en la industria.

Lámpara de bronce, Luis XIV

Fig. 125.- Lámpara de bronce, Luis XIV. Principios del siglo XX. Fabricación francesa

Es interesante consignar también que, a primeros de siglo, Alemania experimenta un gran avance en la mecanización de la lámpara, lo cual le permite dominar de un modo casi absoluto todo el mercado mundial. Fabricó un tipo delámpara cuyo estilo se basa en elementos clásicos, pero factible de ser constuida totalmente en chapa de latón estampada. Artísticamente, estos tipos dejaban mucho que desear. Eran de aspecto amazacotado, pesado y sin gracia alguna, aunque su bajo coste motivó el gran éxito de venta, único en la historia de la lámpara que llegaron a alcanzar. Ante esta evidencia, las fábricas aumentaron en número y producción.

El resultado fué que el mundo entero quedó muy pronto invadido por esta clase de lámparas. Queda, pues, la lámpara completamente comercializada, y tanto las de tendencias más o menos clásicas como las de los estilos más modernos, van evolucionando, en sus formas y métodos, al compás de los avances tecnológicos.

Sobremesa estilo cubista

Fig. 126.- Sobremesa estilo cubista. Primer decenio de nuestro siglo

Lámpara estilo moderno de los años 20

Fig. 127.- Lámpara estilo moderno de los años 20. Modelo Chevalier

Aplique estilo moderno de los años 20

Fig. 128.- Aplique estilo moderno de los años 20

Se suceden los gustos, y aparecen nuevas modas, todo ello fruto de esta sociedad de consumo en que estamos inmersos con menos intensidad entonces desde principios de siglo. Los estilos modernos pasan también con gran rapidez. Ninguno queda, sino que es abolido por el siguiente con una furia y rapidez desconocida en tiempos anteriores. El propio cubismo (126) no tuvo la gran aceptación esperada, como tampoco la tuvo la tendencia que hizo aparición en la Exposición de Arts Decoratifs en París, el año 1923, por tratarse de un estilo claudicante y que tuvo, por ello, una vida muy efímera (127-128).

Velón castellano

Fig. 129.- Velón castellano. Siglo XII

Existe un mayor acierto actualmente en los estilos modernos, ya que sus diseños están creados para una fácil mecanización, haciendo más fácil la industrialización de la lámpara, al servicio del mayor funcionalismo y sin descuidar por ello la belleza de líneas y la armonía que, aun en las tendencias más avanzadas, deben prevalecer hoy y siempre cuando de lámparas se trate.