HISTORIA DE LAS LÁMPARAS CLÁSICAS

Quimera de Arezzo

Fig. 1.-Quimera de Arezzo

El estaño era importado en lingotes y su adquisición por los pueblos mediterráneos o del próximo Oriente se hacía, bien comprándolo en Marsella, bien comprándolo a los fenicios que fletaban sus embarcaciones en busca de él a Gran Bretaña o España.

La reputación de los etruscos como fabricantes de objetos de bronce llegó a gran altura, según muestra el legado que de tales maravillas nos han dejado, legado que, a su vez, expresa con toda claridad el dominio que de esta técnica poseían.

Una de las mejores obras en bronce realizadas por los etruscos, ya en la época de su plena madurez, es la magnífica escultura llamada Quimera de Arezzo, bronce fundido en el siglo IV antes de J.C. Es obra de técnica logradísima, acusando un marcado sabor oriental (1). La historia de las lámparas clásicas no solo se encuentra en objetos de bronce como la Quimera de Arezzo, sino que abarca un vasto panorama de innovaciones y estilos a lo largo del tiempo.

Fueron notables también como fundidores de esculturas humanas, en particular bustos, en los que lograron verdadera maestría. El Museo Arqueológico de Florencia exhibe la cabeza de un muchacho, obra del siglo II antes de J.C., que es algo sorprendente. En ella no se sabe que admirar más si el valor escultórico o la perfección técnica de su fundido (2).

Pero, con el arte mayor de la escultura, los etruscos practicaron también ese arte menor del objeto artístico que hemos dado en llamar artesanía del bronce.

Cabeza de muchaho etrusco.

Fig. 2. – Cabeza de muchacho etrusco, Siglo III a. de J.C. (Museo Arqueológico Florencia)

Candelabro etrusco

Fig. 3.- Candelabro etrusco, 300 años antes de J.C. (Museo del Vaticano. Roma)

Las primeras lámparas de bronce etruscas de que se tenga noticia son principalmente candeleros, los cuales, como su nombre indica, estaban destinados a servir de soporte a una candela. Con el tiempo apareció el candelabro y el lampadario. Los candelabros, de una estructura idéntica a los candeleros, de diferenciaban de estos solamente en que la taza o cuenco destinados a quemar aceite o grasa disponían de picos o mecheros que aquellos no tenían. Medían, por lo general, un metro o metro y medio de altura. (Quiere esto decir que estaban ideados para ser colocados sobre el suelo.) Invariablemente disponían de tres pies, casi siempre adornados con hojas o patas de animales, muy frecuentemente garras de león.

El soporte, de fina columna, suele ir enriquecido con una graciosa figurita en acción de trepar por un tronco. También, algunas veces, sobre las tres patas del pie o base, colocaban un pequeño dios mitológico de cuya cabeza partía la columna. Estos candelabros se usaban para menesteres litúrgicos. La mayor parte de ellos son procedentes de tumbas (3).

El lamparario apareció posteriormente a estos dos tipos de lámparas comentados. Se trata de una lucerna destinada a posar sobre la mesa unas veces, y otras, como los candeleros y candelabros, a descansar sobre el suelo. Las primeras medían por lo general unos 50 centímetros. Su estructura se elevaba desde una base muchas veces similar a la descrita en las lámparas anteriores, pero más rica, menos tosca, ya que estos modelos empezaron a realizarse en época muy romanizada. La caña o columna era robusta. Generalmente la componía una figura humana o dios mitológico y de la parte alta pertían ganchos o ramas de cuyos extremos, por medio de pequeñas cadenas, colgaban las cazuelas destinadas a contener la materia combustible (4).

Lampadario romano

Fig. 4. – Lampadario romano, procedente de Pompeya. (Museo Nacional, Nápoles)

Los egipcios primero, después los etruscos y finalmente los romanos y griegos, fabricaron la pequeña lámpara portátil de aceite, tipo de lucerna, que se encuentra ya, bien de barro, bien de bronce, entre los utensilios domésticos más antiguos de los egipcios. Su primera forma consistía en un recipiente esferoidal a modo de cazuela cerrada, con asa. En la parte alta llevaban un orificio en forma de embudo para introducir por él el aceite. Un mechero, en el lado opuesto al asa, indicaba el lugar de la mecha. Esta solía se de estopa cáñamo, fibra de papiro, etc.

Las primeras lámparas de este tipo fueron fabricadas en barro y el consumo de ellas se prolongó a lo largo de todo el período grecoromano. Estaban realizadas por los mismos alfareros que fabricaban vasos, jarrones y otros objetos. Fortis, el primer alfarero que se concretó a realizar exclusivamente lámparas de barro, llegó a poseer un importante taller. Trabajó durante el siglo I de nuestra era y sus productos fueron vendidos en todo el Imperio Romano. Este ejemplo, no obstante, constituye una excepción, ya que, como hemos dicho antes, las lámparas de barro, al igual que las de bronce, no fueron trabajadas generalmente en talleres de alfarería o fundición especializados, sino por artesanos que se dedicaban también a la fabricación de otros objetos. La historia de las lámparas clásicas revela una evolución fascinante desde las antiguas lámparas de aceite hasta las refinadas lucernas de barro y bronce en las distintas civilizaciones.

Lámpara colgante etrusca.

Fig. 5.- Lámpara colgante etrusca, «lucerna pensilis». 300 años a. de J.C. (Museo Cívico. Cortona.)

Además de los tipos de lámparas ya comentados, los etruscos crearon otro topo aún más original, la llamada «lucerna pensilis», colgante creada por ellos. Un ejemplar importante de estas lucernas es el que se guarda en el museo de Cortona, obra notable del arte etrusco que sirvió de inspiración con gran frecuencia a los diseñadores del Imperio Francés. Mide esta lámpara 84 centímetros de diámetro. Consta de 16 mecheros separados por cabezas barbadas y con cuernos sobre una franja circular de silenos en cuclillas tocando la flauta, acompañados de sirenas. El centro lo ocupa una máscara de la Gorgona, y el espacio intermedio está dividido en dos fajas, una de ondas y peces y otra de animales. Está decorada por la parte inferior, y por arriba está dispuesta para ser suspendida (5). La historia de las lámparas clásicas se enriquece con la creatividad de los etruscos y su innovadora lucerna pensilis, que sigue siendo una fuente de inspiración en el arte y el diseño.

Por los siglos I y II a. de J.C., comenzó lo etrusco a decaer, iniciándose de una manera lenta el predominio romano. Este proceso, en realidad, no significa un cambio absoluto. Es más bien una evolución hacia un mayor perfeccionamiento, que se enriquecía al mismo tiempo con las aportaciones de lo que pudiéramos llamar genuinamete romano. Estas lámpara se utilizaban en los festines y, como jugando a la paradoja, también en las tumbas. Solían disponer de uno o varios picos, que los romanos llamaban mutos. Las que tenían dos se llamaban dimuxos, y trimuxos las de tres. No queda constancia del nombre aplicado a las que tuvieran más de tres picos.

En el museo de Nápoles se conserva una lámpara con tapa sobremontada por una estatuilla donde figura un águila voladora, que va provista de cadenas para colgarla. Otras lámparas tenían formas de pájaros, asociando la idea de la altura con el acto del vuelo; las había en forma de ramajes combinados con figura human, entre cuya maraña vegetal pendían las luces, e incluso las había que adoptaban la forma de un pie, luminarias simples y nada ornamentales, que se usaban como lámparas votivas. La lámpara romana llegó a extremos de lujo y magnificencia impresionantes. La que iluminaron las últimas noches de Pompeya, halladas entres sus ruinas, eran verdaderamente obras de arte, dotadas con una gran variedad de elementos ornamentales (6-7-8-9).

Lámparas romanas

FIGS. 6-7.- Lamparas romanas, procedentes de Pompeya. (Museo Nacional. Nápoles)

Lucerna romana

Fig. 8.- Lucerna romana. (Museo del Louvre. París)

Portafuegos romano

Fig. 9.- Portafuegos romano. (Museo Nacional. Nápoles)

También a los romanos se debe la creación del farol, caja cilíndrica o rectangular con montura de bronce y placas de material trasparente en general, piel de vejiga o láminas de cuerno protegiendo el depósito de aceite o grasa y la mecha que en él debía arder. Una gran anilla de alambre, colocada en lo alto de la caja, permitía llevar el farol cómodamente a mano, o bien suspenderlo, a voluntad, por medio del gancho que, también en la parte alta, llevaba. El farol, como objeto funcional y depósito de luz trasnportable, nació de la gran necesidad que los romanos tenían de alumbrar los trayectos de su vida nocturna. Gracias a él, los importantes de la época podían transitar con cierta seguridad todo es relativo por las calles de Roma, tanto más si su rango les permitía la compañía del esclavo adecuado, el llamado lanternarius, que iba delante con el farol. Los otros, quienes no poseían categoría suficiente para llevar consigo el lanternarius, prendían de sus vestiduras el farol, llamado también linterna. Aludiendo al hecho dice Marcial: «… y mi pequeña linterna se encuentra segura en mi pecho»(10)

Farol romano

Fig, 10.- Farol romano. Siglo I a. de J.C.

Han llegado a nuestro tiempo gran cantidad de pequeñas lámpara romanas, tanto de barro como de bronce. En el Museo Arqueológico de Madrid hay una importante colección de ellas. Las más antiguas se hallaron en la colina de Esquilino y se remontan al siglo III a. de J.C. Son de marcado carácter etrusco. Enteramente romanizados se encontraron también gran cantidad de ejemplares, pertenecientes a los siglos II y I a. de J.C., en Cartago, España y Norte de África.

La Grecia antigua, que ya en el año 700 a. de J.C. conocía el arte de fundir el bronce, parece ser que no realizó lámparas de este metal hasta después de ser conquistada por los romanos.

Según Clemente de Alejandría, los griegos tomaron las lámparas de los egipcios, y Ateneo afirma que en Grecia no se usó la lámpara en casas particulares hasta el siglo IV a. de J.C. Eran, sin duda alguna, lámparas de mármol, cerámica o alguna otra materia afín, puesto que está demostrado que ellos no emplearon el bronce, como queda dicho, en la elaboración de lámparas, hasta después de la dominación romana. Esto se afirma, y ningún hallazgo, hasta nuestros días, ha venido a demostrar lo contrario. Es sabido también que Grecia, bajo el dominio de Roma, no aportó variaciones de importancia a la lámpara de bronce legada por los romanos. . La historia de las lámparas clásicas se ve enriquecida con la introducción del innovador farol romano, una solución práctica para la iluminación nocturna en la antigua Roma.

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