LAS LÁMPARAS EN LOS PAÍSES DE ORIENTE

Israel

Es indudable que , entre todos los pueblos de la Antigüedad, el judío ha sido el que más ha vinculado el uso de la lámpara a los ritos religiosos, y, según Josefo, el primero. Esta costumbre está determinada, en gran parte, por la ley de Moisés. Según la Biblia, un día hizo construir Yahveh a Moisés el candelabro sagrado llamado Menorah , el cual, después de acompañar al pueblo de Israel en su largo peregrinar por el desierto, alumbró un día el templo de Jerusalén. De ahí nace, pues, el uso sagrado de la lámpara, símbolo de la luz. La historias de las lámparas en los países de oriente se ve reflejada de manera especial en las prácticas religiosas del pueblo judío.

Relieve arco de Tito en Roma

Fig. 1.- Relieve del Arco Triunfal de Tito en ROma. Los soldados son portadores de la Menorah. (Foto de Lichter Leuchanten im Abendlan, de Kurt Jarmunth.)

Esta lámpara, que se dice ejecutada por mandato divino, es ni más ni menos que el célebre candelabro de los siete brazos. Su construcción fue minuciosa, ciñéndose con gran exactitud a lo que la biblia describe. Una muestra de esta obediencia rigurosa a los dictados de Yahveh, la tenemos bien patente en el relieve que decora el arco de Tito en Roma (1). Allí, en la parte alta del friso, es posible adivinar el candelabro sagrado (también admirable y minuciosamente reproducido) esculpido en el acto de ser trasladado a hombros por un grupo de soldados, que lo presentan como el mejor y más significativo trofeo de victoria sobre el pueblo judío. Si bien el candelabro en cuestión no era precisamente el original -desaparecido en la primera destrucción del templo de Jerusalén el año169 a. de J.C.-, la copia que la ciudad conservaba, y que le fue arrebatada por Tito el año 81 d. de J.C., era perfecta, y a los efectos de culto y veneración sustituía al original con idéntico simbolismo, desde que tomó el lugar de la primera Menorah, en el templo que fue posible reconstruir gracias a la victoria de Judas Macabeo frente al rey Antiochus Epihane. (Año 165 a. de J.C., esto es, tres años después de haber sido arrasado por primera vez el templo de Jerusalén.)

Allí permaneció hasta ser arrebatada por los romanos y llevada en triunfo, como tan gráficamente expresa el arco mencionado, hasta la sede imperial. El mayor exportador que existió en el mundo antiguo fue, según Glueck, el mismo rey Salomón, a quien rebautiza por eso con el sobrenombre de «el gran rey del cobre», lo que nos descubre una faceta inédita del importante personaje que fue el Salomón de las historias sagradas y profanas.

Al entusiasmo que puso Salomón en hacer de Esyón-Guèhen el centro metalúrgico más importante de su mundo, rodeándose para ello de los elementos necesarios, hay que añadir un dato que tiene para nosotros y la historia de la lámpara antigua el más destacado interés. Se trata del cuidado que Salomón puso en dar categoría artística a los objetos construidos en dicho centro metalúrgico, todos o casi todos dedicados al culto religioso y trabajados por el renombrado artesano y especialista en la técnica de fundir y trabajar metales llamado Jiram, expresamente venido de Tiro, acompañado de otros artífices, para realizar tan delicados objetos.

Retrocediendo nuevamente a Judas Macabeo y su victoria sobre Antiochus Epihane, fecha muy señalada en el calendario de las festividades judías, diremos que se instituyó, para conmemorarla y conmemorar al mismo tiempo la consagración del templo reconstruido, una fiesta importantísima para los judíos: la que fue llamada «de las luminarias», todavía rememorada bajo el nombre de «fiesta de los Macabeos». A este menester, se destinaban unas lámparas especiales llamadas Hanoucca, de ocho luces, que pueden ir prendidas a la pared en forma de dosier o tomar forma de candelabro, según las preferencias, y que también admiten otras variedades (2).

La historia de las lámparas en los países de oriente se entrelaza con la riqueza cultural y religiosa de los pueblos antiguos, destacando el simbolismo y la importancia de las lámparas en eventos históricos y ceremonias religiosas.

Lámpara Hannouca

Fig. 2.- Hanoucca. Lámpara destinada a la «fiesta de los Macabeos». Siglo XIX

Lámpara Sabbat

Fig. 3.- Lámpara Sabbat. Fin siglo XVIII

Esta, que podría ser llamada la fiesta de las lámparas por el uso que hacen los judíos de ellas en su celebración, dura ocho días y no es la única ocasión en que la luz se relaciona con sus actos religiosos. Prácticamente, puede decirse que no hay fiesta judía sin luminarias, pues incluso las celebraciones semanales del reposo sagrado llamadas Sabbat, que van de la noche del viernes a la del sábado, se anuncian con el acto de encender la lámpara del mismo nombre, mientras se pronuncia la oración de consagrarla.

 Naturalmente, por su frecuencia de uso, estas lámparas son sencillas y de fácil manejo, semejantes a la pequeña lámpara llamada Cahmache que suele usarse para encender los candelabros y lámparas sagrados (3).

En cuanto a otro tipo de lámparas, de uso corriente, laico podríamos decir, el pueblo judío no dejó ni perpetuó muestras de ningún relieve y consideración. Tal vez por ser los hebreos gentes de escasa tradición artesana y poco dados a lo ornamental, fuera de sus prácticas sagradas, esto nos parezca, hasta cierto punto, natural. Gente fundamentalmente religiosa, sin duda se dejó influenciar, al construir tales objetos de uso corriente, por las formas ya conocidas y veneradas. Lo cierto es que, hasta hoy, nada se ha descubierto al respecto, como tampoco nos es conocido ningún ejemplar de lámpara en bronce anterior a la época del Exilio.

Próximo y lejano oriente.

La lámpara, en el arte musulmán, da motivo  a un despliegue de riqueza ornamental, muy significativo también por sus especiales características. Son obras de verdadera orfebrería, donde la paciencia se ejercita como en un calado o encaje femenino, incrustado a la masa geométrica de la lámpara, siempre de forma compacta. Adornos que, por su poco relieve, parecen más bien grabados, compensan con su riqueza y movilidad las sólidas formas estructurales.

En los siglos XIII y XIV, la ciudad de Mossul, en el Kurdestán, fue un importante centro metalúrgico dedicado a lámparas. De allí salieron los ejemplares más notables de la época; obras realizadas en cobre, con incrustaciones de plata, según la técnica del damasquinado, lámparas que, en ocasiones, solían estar decoradas con ricos y policromos esmaltes (4-5). La historia de las lámparas en los países de oriente, especialmente en el arte musulmán, refleja un extraordinario nivel de habilidad artesanal y una rica tradición ornamental.

Tanto los candeleros como las demás lámparas musulmanas, se distinguen, según ya queda dicho, por su estructura compacta, creada sobre las más variadas formas. La ornamentación, basada generalmente en motivos vegetales, siempre muy estilizados, se combina en ocasiones con temas geométricos a los que suele mezclarse alguna frase escrita, que más de un profano que desconozca, como nosotros, la lengua árabe, podrá tomar en algún caso, dada la gracia lineal de este alfabeto, como un elemento decorativo más.

En los candelabros, los adornos realizados sobre material delgado, chapa de cobre o latón, tienen gran carácter. La ornamentación es practicada por medio del embutido a cincel, cuya misión es sólo la de dibujar los contornos sin apenas insinuar los volúmenes del adorno ni hacer hincapié en la búsqueda de armonías y contrastes de claroscuro. Muchas veces, en particular cuando las piezas son fundidas, suele ser el buril el encargado de dar forma al complicado arabesco.

Ciñéndonos ahora a la lámpara colgante, diremos en primer lugar que se trata, por su estructura, de verdaderos faroles. Adoptan las más diversas formas y son, generalmente, piezas de gran tamaño. La ornamentación es aquí calada, lo que permite dar el máximo de sus posibilidades efectistas y decorativas, al dejar filtrar la luz a través de sus finos adornos.

Candelero damasquinado

Fig. 4. Candelero damasquinado. Siglo XII. (Museo Gulistán. Teherán.)

Candelero repujado

Fig. 5. Candelero repujado, Siglo XIV. Realizado en un taller de Mossul o de Damasco. (University Museum. Florida.)

Hay en el Museo Etnográfico de Ankara una lámpara única en su género y que perteneció a la mezquita de Esref solimán, en Beysehir. Es de bronce y fue construida en Konya el año 1280 por el artífice Alí, hijo de Mohamed, de Nisibia, ciudad que se encuentra en la frontera turca-siria. Veamos cómo Richard Ettinghaunen, en su obra «Los tesoros de Turquía», nos habla de esta lámpara. Dice: «Su cuerpo globular se halla cubierto densamente con una de las más elaboradas y animadas composiciones de arabescos del siglo XIII y, así, se relaciona con los conjuntos semejantes esculpidos en madera o en piedra. La técnica usada es el repujado, que, por otra parte, es muy raro que se emplee para bronce; sin embargo, los plateros y aurífices conocían bien esa técnica y quizás por eso la utilizaron en este caso, pues la lámpara, con su dorado original, debía parecer un objeto de la tienda de un joyero. 

Lámpara de bronce

Fig. 6.- Lámpara de bronce, construida en Konya, en 1280, por Alí, hijo de Mohamed. (Museo Etnográfico, Ankara.)

El cuerpo del candil está agujereado por varios sitios, para permitir el paso de la luz de una lámpara de aceite guardada en un recipiente de vidrio que había dentro. En su cuello, la lámpara presenta un diferente tipo de decoración; una inscripción «naskhi» en la que leemos un pasaje coránico de la Sura de la Luez (XXIV, 35) referente a la luz como símbolo divino: «Alá es la luz de los cielos y de la tierra, y se puede comparar su luz a un nicho donde ya una lámpara, y la lámpara está en un vaso. Y el vaso es como una estrella reluciente..» De acuerdo con este versículo, las representaciones de las lámparas estaban a veces grabadas en los nichos de plegarias en las diversas mezquitas de Jazira. Y como había visto probablemente esos diseños, Alí, el broncista (que quizá huyera al interior de Anatolia para librarse del saqueo de Nisibia por los mongoles en 1259), aludió a esa iconografía en su decoración (6)

Aunque las lámparas de metal con una decoración de calados se usaban ya en la Irán desde finales del siglo IX o principios del X, sólo tenían una greca con inscripciones. La lámpara de Konya es la primera, entre las que han llegado hasta nosotros, en mostrarnos una pauta mucho más complicada, y también la primera que lleva inscrito el «Versículo de la Luez»; si bien fue imitada en estos dos sentidos por otras piezas, siguió siendo única en otro aspecto: en el uso de las cabezas de toro para las tres sujeciones que fijan las cadenas de suspensión».

Los musulmanes no solamente usaron los metales para realizas sus lámparas. Se valieron también del vidrio esmaltado, consiguiendo ejemplares de extraordinaria belleza, en los cuales, no sabemos qué admirar más, si la gracia y riqueza de sus arabescos o el magnífico colorido de los esmaltes. En cerámica consiguieron piezas de tan fino decorado como la existente en el Museo de Topkapusarayi, de Estambul. Esta es una de las  lámparas de los países de oriente que adornan la mezquita del Gran Visir de Salim II, Sokollu Mehmet Bajá, en Constantinopla. Fue construida en 1571. Esta lámpara, en forma de vaso, es muy parecida a la de bronce, ya comentada, que guarda el Museo Etnográfico de Ankara. La diferencia más acusada entre ellas, consiste en que la de cerámica es de forma alargada y de mayor suavidad de líneas en su contorno. Ello es debido a una evolución del gusto, ya que esta última fue creada mucho después que la de bronce.

Para los árabes, todo objeto fruto de creación artística poseía algo así como un alma, en ser oculto que vive si vida misteriosa en contacto con la nuestra. Creemos oportuno transcribir tres versos de la «Casida del Candelabro», de Minucturi, poeta persa del siglo XI, que así lo demuestra:

«La llama, que es tu alma, brilla en tu cabeza: tú la mantienes viva, fundiendo el propio cuerpo, mientras en nosotros vive el cuerpo del alma.»

Ya dejamos reseñado en el artículo dedicado al bronce, la importancia que el arte aplicado a este metal tuvo en determinados países del Oriente, la gran tradición de Siria, China y Japón. Y creemos conveniente dar, aunque sólo sea someramente, una referencia de la lámpara que se hacía en aquellas lejanas comarcas.

Únicamente vamos a referirnos, como muestra, a un hermoso ejemplar, un farol concretamente, conservado en el Museo Nacional de Tokio. Es una pieza de bronce que pertenece al período Muromachi, y se trata de la más antigua lámpara colgante conocida en el Japón, pues tiene una inscripción que data de 1366, época del reinado de Shohei. Está decorada con motivos de bambú y ciruelo. La forma es sencilla y de poco relieve en la ornamentación tendencia que hemos observado también en los decorados árabes y que viene a ser común a casi todos los pueblos orientales (7)

Farol colgante

Fig. 7.- Farol colgante. Período Muromachi. (Museo Nacional de Tokio.)

Esta muestra del bronce fundido de la época exhibe, bien a las claras, la gran perfección que alcanzó dicha técnica desde el primer tiempo del período Muromacho. Más adelante, en los períodos de Momoyama y Edo, este tipo de farol colgante se hizo muy popular, sin que la técnica de su construcción variase en lo más mínimo, pues poco había que añadir a la realidad a la perfección conseguida durante el período de Muromachi. Queda por decir que, el farol en cuestión, está construido enteramente de una pieza, a excepción de la pequeña puerta destinada a introducir la luz, y que éste es su mayor mérito técnicamente hablando. El decorado del metal es una pátina oscura que confiere un especial atractivo al bronce.

España Arabe

Apenas tenemos referencias de la lámpara de bronce durante la dilatada época de dominación árabe en la península. El marqués de Lozoya, en su «Historia del arte hispánico», nos habla de la espléndida lámpara de bronce existente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Esta lámpara procede de la mezquita de la Alhambra y la mandó realizar Mohamed III en el año 705 de la Héjira (1305 d. de Jesucristo). Se dice que fue traída de Orán por el Cardenal Cisneros. Estuvo últimamente en la Universidad de Alcalá de Henares. Veamos lo que nos dice de ella dicho historiador del arte.

«Pende de un vástago, en el cual van ensartadas esferas, cuyo tamaño va en disminución de abajo a arriba. La pieza superior tiene forma de bulbo. El soporte está armado por placas triangulares que se cortan. Lo más bello es la puntalla, que reviste la forma de cono truncado, sobre el cual, va otra pieza en forma de pirámide. Todos estos elementos van calados y cincelados: el dibujo de inscripciones nesjies este, el típico ataurique granadino, es exquisito, lo mejor, sin duda, que idearon los decoradores nazaries». La lámpara es toda fundida, incluso la pantalla, y los cuatro elementos que la forman, de unos 10 mm, de grueso, están unidos entre sí por medio de remaches (8)

Podemos añadir a este importante ejemplar la aparición de seis lámparas surgidas de entre las ruinas de la gran mezquita de Elvira, incendiada por los berberiscos en el año 1010. La parte principal de estas lámparas es una bandeja en forma de disco con corona ornamentada con calados circulares y cuadrados.

Los recipientes que servían para contener el aceite se colocaban encajados en los adornos circulares (9).

Lámpara de la mezquita de Elvira

Fig. 9.- Lámpara de la mezquita de Elvira. (Museo de Granada.)

Lámpara estilo árabe

Fig. 8.- Lámpara estilo árabe. Procedente de la Alhambra de Granada,. (Museo Arqueológico Nacional. Madrid.)

La gran tradición y prestigio d judíos alcanzada en la España musulmana, nos hace suponer que no fueron estas las lámparas de los países de oriente que acabamos de comentar las únicas que en este material realizaron los árabes y judíos en su dilatada estancia en el suelo hispano. Esto, pese a que todos los pueblos del Islam han demostrado siempre gran entusiasmo y predilección en adornar sus mezquitas con lámparas de vidrio esmaltado, cosa muy comprensible, dada su belleza y luminosidad.

Es de suponer, pues, que en las mezquitas españolas no faltara tampoco este tipo de lámparas, bien importadas o bien fabricadas en Almería, ciudad que durante un largo período se distinguió en el arte de fabricar vidrio decorado.

También los árabes gustaron de las lámparas de cerámica, y nos es forzoso pensar en la gran aportación de Manises y Paterna, con su cerámica de magníficos reflejos metálicos.

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